sábado, 9 de mayo de 2015

Francisco

I

Hace varios días que me escribió, por correo electrónico. En mi bandeja de entrada saltó su nombre y casi instintivamente, abrí su mensaje.
No sabía, y todavía no sé, qué cosa quería decirme. Lo que sí sé es lo que quiero decirle, después de leerlo. La verdad es que no necesito pretexto ni explicación –este es mi blog, pues- pero necesitaba una tarde harto calurosa como ésta, el silencio alrededor que solo se interrumpe por el ventilador y se acompaña por la música tenue de alguna playist que hallé en Spotify...


A mí me llaman optimista patológica, Francisco; de manera que no estoy de acuerdo con aquello que afirmas sobre la madurez. Lo que me enseñaron a mí, mientras me educaban, fue que había que trabajar muy duro para cambiar las cosas que no me gustaban en mi vida. De tal suerte que no suelo conformarme. Tampoco me creo una obstinada sin causa: de alguna manera mi madre –el mérito es todo de ella- me hizo entender también que hay empresas que no valen la pena, o que llegan a un momento en que es mejor apagar e irse.
Estaría de acuerdo con la dicotomía con la que tratas a la felicidad (las cosas que van bien, dices tú) y supongo que sucede así porque las cosas que salen bien normalmente vienen acompañadas de ese velo místico y les atribuimos la causalidad, digo yo que porque nos sentimos pequeños en todo momento. Lo mismo pasa con el otro extremo: pero hay que agregar a un villano para que la cosa adquiera sentido –al menos en nuestras novelas personales- cuando quizá ni entendemos de qué van.
Por mi parte, cuando quiero pensar, prefiero correr. Me pongo los tenis, salgo (si es bajo el sol de la costa, mejor) y reproduzco alguna playlist, hasta que es ese mismo pavimento, o la pista, o la arena, lo que se mueve bajo mis piernas. Es así como mis pensamientos se acomodan a sí mismos en mi cabeza y a veces, sólo a veces, me golpean con una contundencia pasmosa.

No sé, todavía no sé, qué es lo que querías decirme. Fue precisamente eso, el final de tu carta, lo que me llevó a encender otro cigarrillo y preguntármelo de nuevo…

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