martes, 26 de octubre de 2010

Gustavo Pérez: el delicado torno de sus manos*


*Entrevista publicada originalmente en La Nave, número 1, Julio-Septiembre 2009


Con los pantalones de mezclilla, los tenis y acaso el rostro llenos de barro, camino por la pequeña calle principal de Zoncuantla. El alegre sol de febrero completa la experiencia recién vivida. Apenas sin tocar el piso, respiro como si lo hiciera por primera vez. El aire entra a mis pulmones de un golpe y, en un instante, todo vuelve a la normalidad.
            Con ese entusiasmo nervioso que caracteriza a los encuentros fundamentales, camino ya serena con la inquietante certeza que me produce lo que acabo de hacer: husmear en la vida de otro. En su lugar, en sus cosas; en los detalles que hablan de un ser que, a saber por qué, es diferente del resto. Diferente porque encontró un camino, porque tiene una pasión en la vida. Diferente porque puede ser etéreo y terrenal, sublime y mundano, estar lejos del mundo y a la vez vivir en él. Diferente porque con sus manos modela y levanta un mundo aparte, un mundo material y tangible, que seguramente permanecerá cuando todos hayamos partido.
            Entre los dedos de Gustavo Pérez, el barro abandona su estado inanimado y adquiere forma, color, luz, movimiento; fuerza y belleza casi inasibles. En el delicado torno de sus manos, el barro adquiere vida.
La obra de Gustavo Pérez es seductora más allá de lo que la mente puede registrar. Amontonadas aquí y allá, dispuestas arriba y abajo, expuestas sobre y dentro de las repisas, las miles de piezas que se encuentran en su taller y en sus bodegas hablan de un hombre dedicado y sistemático, que se afirma en su espacio y se mueve en él como en casa: es su lugar. Este universo habla en contra de lo que Gustavo dice de sí mismo cuando asevera que no tiene talento; considera con una cierta ironía, que “haber pasado 22 años antes de encontrar mi lenguaje personal es para mí la prueba más clara de que no tengo talento. No fue nada fácil encontrarme algo. Curiosamente, lo hice después de veintidós años de estar desarrollando arduamente cosas que en un momento dado se concretaron en ciertos efectos, ciertas ideas formales que dieron lugar a piezas que rápidamente, de un año a otro, fueron percibidas y recibidas por todo el mundo con gran interés”.
Para Gustavo Pérez, la creación tiene que ver con el trabajo y con “aprender a abrir la llave de la creatividad, como si fuera un grifo que abres, una llave de agua, así es la creatividad y esto que parece misterioso no lo es tanto: hay una conjunción de factores. Por un lado está la técnica y el oficio, pero por el otro una atención y una voluntad de probar cosas nuevas, de ir al fondo en este esfuerzo de correr el riesgo formal, estético. Quizá también atender la curiosidad personal. Es decir, ser capaz de hacer eso que se antoja, lo cual parecería muy fácil, pero no lo es, porque eso que se está antojando hacer puede ser algo que haga fracasar la pieza que se tiene enfrente, que la eche a perder. Después de mucho trabajo para llegar a un equis punto, tener una ocurrencia que lo eche todo a perder… puede uno titubear, echarse para atrás y no hacerlo. Hay que decidirse a hacerlo, es parte del aprendizaje y del desarrollo”.
Con exposiciones en Los Ángeles, Nueva York, Dinamarca, París y la ciudad de México, el reconocido ceramista no descansa. Vive para la cerámica: es su camino ineludible. Y llega a él muy joven. En palabras de Fernando Solana: “cuando casi todos los demás practicábamos el lujo dilatorio que la juventud permite, Gustavo Pérez ya era ceramista. En ese mañana vago y distante, un mero espejismo apenas, el artista adolescente ya quería todo lo que estaba ante él. Pérez juntó el don y el deseo desde temprano: sus deseos quedaban satisfechos en la forma, en la humedad de las manos que llevan a ella, y el don era una certeza por encima de cualquier sinsabor. Todo eso lo hacía sutilmente distinto, no tenía que buscar porque ya había encontrado, no debía contradecirse para multiplicar verbalmente su vocación”.
            En su familia no hay antecedentes de vocación artística y como no tenía idea alguna de qué era lo que quería hacer, Gustavo intentó los caminos conocidos. Asistió a la universidad: ingeniería, matemáticas y luego filosofía. “En todos los casos, no conseguía verme dedicado a eso. No conseguía verme como ingeniero ni como matemático ni como filósofo, a pesar de ser campos fascinantes, interesantísimos, no me veía en un cubículo o en un salón de clases o escribiendo. No podía tener esa certeza que sí tuve cuando se trató de hacer algo con las manos y, sobre todo, con el barro. Eso sí lo tuve como certeza, lo puedo recordar, el pensamiento a los veintiún años: ‘esto es para toda la vida’”.
            De sus padres recibió el apoyo que cataloga de perfecto. En cuanto decidió dejarlo todo para dedicarse a la cerámica, su padre tuvo el muy buen tino de dejarlo a sus aires, con la gran responsabilidad de asumir la vida propia. Para el joven creador aquel momento fue una sacudida, pero considera que su padre fue muy sabio al dejarlo elegir.



Un camino de pasión y soledad

Asertivo y sereno, abre las puertas de su taller, de las bodegas, del estudio, a la mirada intrusa y curiosa que pregunta los qués y los cómos. No le gusta sentirse observado. Trabaja fundamentalmente solo. Aislado. “Trabajo con ayudantes, pero ellos están en el otro extremo del taller. Y yo estoy solo. Generalmente trabajo así. Creo que hay circunstancias muy particulares que determinan esta posibilidad de trabajar frente a alguien. Creo que la confianza lo puede permitir, una gran confianza. Tengo que hacer de vez en cuando demostraciones, acepto esto, invitaciones para dar un curso. Pero no doy cursos, doy demostraciones de un día, de unas horas; hasta ahí puedo dar mi tiempo, no me quiero comprometer a ir a dar una demostración de días, porque lo que se haga en ese tiempo normalmente no va a ser trabajo que perdure y porque el gran grupo de gente observando sí determina una actitud que no es la del trabajo real. Mi trabajo en general lo hago solo”.
Gustavo afirma que reflejarse en el arte, como persona, como ser humano con estados de ánimo y emociones, es natural. Para él su obra es como un diario, como una expresión de los lugares por los que ha pasado, en los que ha estado. “Es un desarrollo de esas muchas ideas muy personales, entonces es como el retrato de mi mente. Juan Villoro lo definió así en un texto, y de una manera que me gustó mucho, respecto a mis dibujos, que no son casi nunca representaciones del mundo. Él dice que mis dibujos son retratos de mi mente. Me parece perfecto porque yo sé bien que la forma en la que se construyen mis dibujos es en función de una cadena de decisiones; son como un proceso mental. ‘Aquí empieza esta línea, aquí acaba esta otra y esta de acá se corta o se conecta. Si se conecta con otra, esa otra va hacia arriba, hacia abajo, a la derecha o a la izquierda, recta o curva, corta o larga y al terminar, hay otra línea que va a jugar con ella, que la va a rodear o la va a cruzar o…’ Y todo esto es un jueguito de composición que hace muy válido considerar que eso es como un mapa de mi mente. Así está mi cabeza, por lo visto”.
            Define su elección por la cerámica como “una decisión en función de una intuición profunda”.  Es su pasión vital, algo que tenía que hacer. “La cerámica es para mí pasión. Lo supe de inmediato al encontrarme con el barro hace casi cuarenta años. Algo que no puedo dejar de hacer. Pienso que no es así para mucha gente. Son pocos los que caen en esa especie de prisión (milagrosa, pero dura también en muchos sentidos) que representa el saber con certeza absoluta lo que se tiene que hacer en la vida. José Emilio Pacheco escribió que la poesía es ‘el precio que algunos pagan por no saber vivir’... y aunque parece excesivamente dramática, su definición no me resulta inexacta. Saber vivir sería entonces lo que hacen los demás, ese adaptarse a lo cotidiano, a lo práctico, a lo que se puede compartir con todos los demás, hijos, pareja, sociedad. Porque el que vive una pasión, tiene frente a sí un camino de soledad, de exigencia infinita y quizás de insatisfacción permanente, siempre buscando ese absoluto elusivo que la pasión presenta como una meta inalcanzable”.
            Con todo, el artista irremediablemente solo, abre sus puertas a los jóvenes que lo solicitan, en correspondencia con “todas esas puertas que se han abierto para mí. La puerta de algún taller, la puerta hacia el conocimiento de tanta gente, tantas personas que han sido atentas, generosas, para comunicar lo que saben, para sugerir, para criticar. Pienso que sin esas personas generosas que he encontrado toda la vida, hubiera sido mucho más difícil o quizá imposible, la realización de mi carrera. Es por esa misma razón que correspondo hacia otros que se acercan a mí, con curiosidad y ganas de aprender, en general jóvenes. Entonces a pesar de nunca haber sido maestro, eso no significa no querer enseñar. Tengo toda la voluntad de transmitir lo que yo pueda saber a quien sea que se acerque”.
“Tengo la esperanza de que la enseñanza que yo pueda transmitir sea con mi trabajo mismo. Que mi trabajo enseñe algo. Un trabajo materializado. Trabajo expuesto. Exponer lo que se ha hecho en esta forma tan aislada y lejos en un tiempo mío puede constituir para algunos una enseñanza. O al menos eso espero”.

El riesgo y la independencia

Su sentido de la independencia, económica pero sobre todo artística, fue perseguida desde el principio. “Una independencia que naturalmente fue muy difícil de conseguir, de realizar, muy limitada por mucho tiempo, pero que siendo la única opción en un momento dado llega a ser menos difícil. Es una decisión importante  tratar de no tener a medias un sueldo, a medias la venta de la obra, a medias la creación, a medias la enseñanza; me pareció una trampa o por lo menos algo muy peligroso. En función de esta apuesta he conseguido mi independencia y esta dedicación plena de mi tiempo a mi propio trabajo”.
“Naturalmente todo artista tiene una problemática personal que es exigente y pesada y se tienen familias, hijos, tenencias, prediales, y vaya que es muy difícil pagarlos. A lo largo de muchos años en que nadie quiere lo que tú haces, que a nadie le interesa lo suficiente, el camino parece un callejón sin salida en muchas ocasiones. La posibilidad de traducir la producción a real modus vivendi toma mucho tiempo, muchos años; antes de eso estás sobreviviendo. Hay que entender también que al llegar a la solución material, existe el riesgo de querer asegurarse, de atorarse en el tipo de trabajo que es bien recibido. Pero hay que pensar que esa primera decisión que te llevó a ir por un camino de riesgo por definición debe ser sostenida. El arte es por definición riesgo. Y el riesgo se tiene que seguir corriendo”.

El encuentro del artista con el barro

Gustavo llega al barro, como muchos otros hacen en el camino de su elección en la vida, por eliminación de opciones. “Mis padres me hicieron trabajar, a los catorce años, durante unas vacaciones de escuela, en una fábrica en un área administrativa, de ayudante”. En ese momento se vuelve claro para él que no podría trabajar para nadie, ser asalariado. Le resultaba imposible. “Siguió esta duda por mucho tiempo y me condujo a la ciencia, a la filosofía, pero todo esto resultaba limitado, cerrado. Algo faltaba. Probablemente faltaba la posibilidad de ocupar el tiempo en este juego interminable que es el trabajo creativo. Es una cuestión muy importante que la creación artística, como dijo Borges, se hace para uno mismo. Se hace quizá para algunos amigos y, él lo dijo, también maravillosamente, para ‘atenuar el curso del tiempo’. Para que pase la vida, para soportar el paso del tiempo, para atenuarlo. Espero que lo que hago dé gusto y placer a algunos otros. Producir algo que puede ser tan efímero como la cerámica, que se rompe y a la vez que puede durar miles de años, debe significar algo, no sé qué. Significa algo inquietante para mí. Pero creo que también es muy importante ese atenuar el curso del tiempo: se ocupa la vida. Pasan los días y uno puede tener la ilusión de algo hecho, de tener enfrente el resultado de la actividad y eso basta”.
            En su permanente diálogo con el barro, el artista encuentra respuestas para sus propias preguntas, las de su propio mundo. “Hay muchas cuestiones que me planteo desde el principio, a partir primero de esta enorme ignorancia de la técnica y la historia de la cerámica, que poco a poco he ido conociendo en los museos y en los libros y tratando de precisar, percibir, dónde están mis habilidades, qué cosas de la historia de la cerámica me dicen más. Descubrí que hay muchas y muy variadas y que muchas de ellas están muy lejos de lo que yo soy capaz de hacer; mis admiraciones están dirigidas hacia lo que yo soy incapaz de hacer. Pero sí he podido conocer características que evidentemente son importantes para mí, como esta gran necesidad de precisión. Hay algo en mi personalidad, evidentemente, que requiere esta nitidez, esta precisión, esto que algunos consideran perfeccionismo y que para mí queda lejos como tal pero tengo que reconocerlo: la precisión en las formas, en el tratamiento de las superficies, en la aplicación de los esmaltes. Hay mucho de precisión en mi trabajo. Sé que existe un riesgo: el exceso de precisión puede significar frialdad. Y la cerámica fría es una desgracia. Yo espero y confío, en función de la pasión con la que trabajo, que no se dé esta frialdad en el resultado. Y otra parte es que el barro ayuda mucho a hacer cosas cálidas, el barro tiene esa naturaleza que permite obtener calidez y sensualidad”.
            “Hay un aspecto de sensualidad. Naturalmente tiende a ser sensual la posibilidad de considerar cuerpos a las formas que se construyen. Porque, ¿qué son todas las vasijas de la historia si no son continentes, cuerpos? Toda olla es un vientre y hablamos de su pie, de su panza y de su boca. Es antropomórfico. Pero corresponde bien. Si ves la forma de una vasija, es redondez, es un vientre, entonces ahí hay una muy fácil identificación para cualquiera”.
            Mientras respira pausadamente, selecciona las palabras con cuidado. Las piensa y antes de dejarlas salir, sin duda las vive. Su relación con el barro se ve enriquecida por un diálogo incesante. El barro le dice cuáles formas sí, cuáles no, qué colores desea y cuáles le son desagradables. En contacto con este creador, el barro habla, expresa, tiene personalidad. Esta relación implica para él la comprensión de las características y un diálogo donde el artista propone y escucha. “Con frecuencia le pregunto al barro que torneo y contesta: trabaja más despacio, o más fresco; no me gusta, me rompo, me caigo”.

Los juegos son cosa seria

La cerámica para Gustavo Pérez es un juego y “los juegos son una cosa muy seria. El juego no tiene nada de superficial. Porque no es nada más jugar, hay que jugar bien. Con los juegos que me gustan, como el ajedrez, la carambola, yo sé lo difícil que es jugar bien. Dificilísimo. Entonces asumo que jugar con la cerámica es muy difícil. Conseguir eso que uno cree significativo, eso que uno puede considerar valioso”.
            Hace un señalamiento palmario: en ese jugar, suceden accidentes y “los accidentes hay que observarlos. Siempre. Porque los accidentes son las rendijas que abren el camino hacia lo que no se conoce. Cuando uno realiza lo que la experiencia le ha permitido controlar, también sabe hacia dónde va, más o menos. Cuando uno se equivoca, cuando uno hace algo creyendo que va a llegar a tal lugar y no es así, en ese momento está teniendo uno la posibilidad de una revelación. Puede ser una revelación, aunque naturalmente puede ser también un fracaso”.
“En mi caso, todo lo afortunado ha sido alguna vez accidente. He tenido por accidente muchísimos hallazgos que para mí han sido muy importantes, son pequeñas tonterías, pequeños detalles en el tratamiento del barro; sin embargo, parece que han sido muy personales, han correspondido a eso que a mí me gusta, me interesa y me da curiosidad, eso que corresponde a mi sensibilidad, algo muy personal, algo profundo. Hablando con otros amigos artistas yo puedo comprobar que mis curiosidades son muy diferentes a las de mi amigo Gabriel Macotela, por ejemplo. Él y yo tenemos una sorpresa permanente de ver lo que a uno y a otro nos interesa; él piensa que yo estoy loco y yo pienso que él también lo está. Es una oportunidad de descubrir cómo ante una disyuntiva formal, yo tomo un camino con toda claridad, como si fuera el único, un camino que para otros parece absurdo, impensable. Y ese es el que tienes que seguir, el tuyo, el que a ti te gusta. Esto puede poco a poco ir llevándote a ese conocimiento más profundo de tus ideas formales y estéticas que pueden llegar a tener, después de muchos años, una cierta concreción, una cierta claridad. Pero esas ideas siempre seguirán siendo tentativas, porque pueden irse modificando y se van modificando con el tiempo. Uno debe tener esa misma actitud de riesgo permanentemente. Estos artistas que llegan a algo que representa éxito, reconocimiento y después simplemente le dan la vuelta a la misma tortilla el resto de la vida, se quedaron detenidos ante el desarrollo posible. Abundan los ejemplos de artistas que han corrido el riesgo a fondo, pero también abundan los que, habiendo descubierto una manerita ‘exitosa’ se quedan en ella y le dan vueltas a la misma idea el resto de su carrera”.
            Mientras lo miro trabajar, absorta, habla de las formas y de sus diálogos con el barro. Casi puedo escucharles platicar y de vez en vez, pareciera que no estoy allí, observándole, grabando su voz y el ruido del agua y el zumbar del torno. Después lo observo con sus manos grandes, toscas y tersas, acariciar las formas. Las amasa, las corta, las estruja, las posee; las mira de nuevo de lejos y se acerca, les susurra un movimiento y las moldea de nuevo, les da vida. ¿Juegan el juego de la seducción frente a mí?
            Siempre con la sencillez en los labios, habla de cómo el barro ha llegado a ser fácil para él. Supongo esto se debe a que no se le niega, a que se pliega, a que se acomoda al ritmo de su comunión con él. Pocos creerían, al ver el trabajo finalizado, que le ha tomado minutos conseguir la precisión tan añorada y tan suavemente conseguida.
“Sé que cuando algo me interesa, cuando algo vale la pena, es siempre simple, siempre fácil. Tiene que ser así. Si algo es muy elaborado, complejo de realización, me da desconfianza, no creo que sea tan bueno. Generalmente lo que creo que vale la pena, es muy fácil, muy natural. En este sentido se parece un poco a la naturaleza, que hace bellezas inalcanzables, probando, con posibilidades; es lo que la teoría de la evolución nos muestra. La naturaleza ha ido probando, ha tenido tiempo para ir produciendo todo lo que tenemos en el mundo natural”.

Las familias

En forma retrospectiva, el autor habla sobre su obra estableciendo periodos o épocas. En ellos, las series de piezas representan cada una una época que marcó el desarrollo de su trabajo creativo.
“Hubo unos años en los que me dediqué a dibujar con mis navajas en las superficies de mis formas. Fueron los años del dibujo. Dieron lugar a los años de las piezas que algunos críticos llamaron heridas, con los cortes que se abren. Entre el dibujo y las heridas, diez años. Después hubo un momento en que dije: ‘esto se queda a un lado, yo quiero otra cosa’, y me dediqué a plegar piezas, a doblarlas. Fueron unos siete años. Años muy interesantes porque hubo muchas galerías que no entendieron que ya no iba a haber piezas ‘dibujadas’, de las que tanto les interesaba vender y de alguna forma trataron de presionarme para que volviera a ser el que les convenía”.
            “Luego vinieron las piezas comprimidas. Después de dobladas, empecé a comprimirlas completamente hasta llegar a hacer como bloques, a partir de una pieza torneada, que podía medir 50 centímetros, terminar con un bloque de 15 x 15 cm. Eso fue llevar al extremo el desarrollo de las piezas dobladas. Y tenía la intuición, como sucedió, de que estas piezas tendrían que abrirse de nuevo y eso está sucediendo en este año 2009. Y se me está antojando de nuevo dibujar sobre ellas”.
En la época de los pliegues y las compresiones, llegaron los murales. En su taller, entre el suelo y las bodegas, bien podrían armarse unos diez murales. Pero cuenta distraído: “me siento tan ocupado y tan fascinado con las piezas que estoy haciendo ahora que los murales los voy a armar un día de estos. Si alguien me dice: ‘quiero un mural de tantos metros cuadrados’ entonces es el momento de ponerse a hacer el mural. Los elementos ahí están y he estado armando posibilidades. Simplemente no me he dado el tiempo para eso porque estoy mucho más divertido haciendo esto”.
Este es el momento en el que se siente actualmente. Sin embargo, afirma que los momentos de sus piezas se mezclan. Generalmente hay más de un tema que está desarrollando al mismo tiempo. Habla de series, de familias que se tocan y a la vez se complementan. Un artista con una gran voluntad y disciplina de llevar a fondo el trabajo sobre un tema, pero a la vez abierto al juego, a la investigación y a los accidentes. Un curioso natural que se abre ante las posibilidades de sus manos, del diálogo con el material y de la creatividad. La nueva serie es un tema que para Gustavo Pérez siempre se está cocinando.
En su obra, el dibujo se asoma con insistencia. Es un elemento que complementa las piezas, los colores, las formas. Es un aspecto fundamental que pertenece a ellas. “El dibujo sobre la superficie de cualquiera de mis piezas tiene que pertenecer a ella, no puede ser hecho de acuerdo a ideas previas realizadas sobre papel o sobre otra pieza diferente. Antes de dibujar sobre una pieza la observo a fondo, a veces por largo rato, preguntándome (preguntándole) qué quiere, qué le corresponde, qué necesita como... un vestido. Porque de alguna manera el dibujo es eso, algo añadido a la piel de la forma. Y sabemos bien que al igual que no cualquier ropa le va a una persona, a una forma tampoco le puede asentar correctamente cualquier diseño sobre su piel. Por eso es que la pausa de reflexión acerca de lo que voy a hacer sobre ella toma a veces mucho tiempo, y hay ocasiones en las que aun sabiendo que la voy a dibujar, simplemente no puedo decidir cómo hasta después de varios días. La dejo a un lado y espero a que ‘me diga’ lo que quiere”.
“Con frecuencia esta reflexión es no solamente con los ojos sobre la forma. La tengo que tocar. Porque es acariciándola que descubro con frecuencia lo esencial de su forma, las líneas de fuerza que la constituyen, la forma en que sus planos y sus curvas se conectan. Y esto hasta que tengo la certeza (bastante misteriosa y profundamente subjetiva, pero certeza al fin) de dónde va a ir la primera línea del dibujo, si va a ser recta o curva, hasta dónde llegará. Y de esa línea en adelante el dibujo se hace casi solo... de una línea a la siguiente, hasta que (también arbitrariamente) siento que está terminado, o mejor dicho (como creo que Klee lo definió), el momento en que lo abandono para pasar a otra cosa, a la siguiente pieza”.


Han pasado ya casi dos horas. Con la elegancia de un caballero que aprecia sus palabras, mira de reojo el reloj para hacer notar que el pacto se ha cumplido. El demiurgo se torna humano y la vista resbala, como las manos de Gustavo Pérez, intentando asir esa belleza que momentánea pero de sustrato milenario nos mira de frente.

(Derechos de las imágenes, propiedad de GP)


jueves, 14 de octubre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

Insurgentes, DF

Camino en la ciudad, cuando ha caído el sol y el viento sopla frío en mi rostro. En mi ipod suenan notas sobre libertad y nuevos sueños, mientras una lágrima se me escapa.
Te respiro en el aire, lo sé. Te llevo en mi cuerpo, en mi alma. A la tristeza no se la lleva el viento, nomás: esa se queda, la desgraciada. Llamo a mis alegrías para que la expulsen, pero aquí anda, rondándome.
Miro esos edificios tan cercanos y tú de pronto apareces tan lejos que el miedo me abraza. Tengo miedo del viento, del frío, del otoño; de este octubre peligroso.
No hago más que caminar, esperando que las horas de la noche y el sueño venidero me calmen, me curen, nos junten.
Mañana iré a caballo a tu encuentro. Cuando haya caído el sol, estaré entre tus brazos. Y sólo entonces sabré. Sabré.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Yo no sé...

Yo no sé mucho. Y de madrugada, sé menos.
Mis ojitos y mis manitas y mi cabecita se cansan, pero nada entiendo.
Escucho tus palabras como pájaros que danzan sobre mi cuerpo la danza de las horas y acaso una nota, acaso un te amo, de pronto, distingo. No más.
Pero me pierdo. Me pierdo porque este andar a ratos lento, a ratos rápido, me marea.
Y he perdido mi sueño habitual de estas horas y de momento sólo pienso: ¿hacia dónde? ¿Hay acaso un hacia? ¿Un dónde?
Y yo sé porque lo escuché, eso sí, que el camino está arado... pero también sé que los caballeros de la otra noche, los de las historias del mago, me esperan.
Yo no sé...

Me voy sin ti...

Si me voy sin ti, entre las sombras de los caballeros, nunca me encontraría.
Si me creo las historias que me cuenta el mago, no sería yo.
Si guardo mi perdón y no te lo doy, no serías tú...


Caminaré a tu lado, abrazándote siempre; de noche y de día.
Y dejaré que el mago cuente sus cuentos hasta que diga la palabra 'fin'.

martes, 5 de octubre de 2010

Llegó el otoño...

Llegó el otoño...
- ¿Otoño, vas a quedarte?
- No. Vengo sólo de paso a alborotar el frío y a dejar las hojas de los árboles por tus senderos
- Lo sé. Sé que no te quedas... Pero cómo desearía...
-Es el curso del tiempo, desde todos los tiempos.
- Lo sé. Pero cómo desearía...

Extrañamientos de atardecer

Y si pudiera decirte tan sólo cuánto te extraño.. en estas veredas, en estos días, en que a veces saltas a mi mente y te quedas en ella... y yo te busco en la nieve que rueda y en las laderas de las montañas y en el silbido del aire.
El otro día te vi. Ibas en a caballo bajando la montaña desde la que yo te miraba. Pero tus ojos no me reconocieron, de tan lejana que ahora estoy.
Y te imagino como eras, bailando en la lluvia, cantando canciones en mi oido, bebiendo vino a la luz de las velas, comiendo carne que recién cazaste para nosotros.
Y sueño. Sueño lo que hubiera sido si en mi andar hubiera detenido el tiempo, el tiempo tuyo, el tiempo nuestro.
Sólo eso. Pero no menos que eso.