#25N #25NVER2016 #EsViolencia
El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación
de la Violencia contra las Mujeres. En ese marco, les comparto estos cinco
relatos (muy tristes y breves) sobre mi experiencia personal con la violencia
en distintos ámbitos.
El primero fue después de mis treinta. El segundo antes de
llegar a ellos. El tercero cuando todavía era estudiante, cerca de los 20 años.
El cuarto de nuevo cerca de los treinta. El quinto cuando era una pequeñita de
cinco o seis años.
Quise escribirlos en un afán de hacer visible lo que vivimos
cotidianamente las mujeres, de explicar un poco el porqué de esta conmemoración
y traer a ustedes la reflexión de que, sin importar cómo, cuándo o dónde,
nosotras vivimos agredidas, acosadas, violentadas. Nosotras, sus amigas, sus
hermanas, sus compañeras, sus colaboradoras, sus madres, sus hijas.
No es normal, no está bien, no debemos aprender a vivir con
ello. Basta ya. Reflexionemos en casa, con los amigos, en solitario, en pareja,
sobre este grave problema que es tan común y tan frecuente que lo pasamos por
alto, que lo asumimos como normal, que contribuimos –con acción o con omisión-
a que continúe.
I
En medio de una ruptura amorosa y muchos reclamos, uno en
particular se me quedó pegado en la mente. Después de acusarme injustamente de
serle infiel, mi ex dijo que “por mi culpa había caído a lo más bajo que había
estado”. “Por mi culpa” revisó los perfiles de redes sociales del tercero en
cuestión, “por mi culpa” se metió a ver cada una de sus publicaciones y ahí,
entre post y post, encontró la pieza que me incriminaba.
Después me dio las pocas cosas que tenía en su casa en una
bolsa de basura y me corrió.
II
Caminaba de noche por un espacio institucional. Estaba
oscuro y solitario. Me encontré con un funcionario quien muy solícito me
preguntó a dónde iba. Amablemente le contesté que me dirigía al centro de la
ciudad. Preguntó dónde había dejado mi auto. Le dije que no tenía y que llegaría
caminando. Se me acercó y, mientras deslizaba su mano por mi brazo descubierto,
preguntó: ¿y cómo le vamos a hacer para que tengas un coche?
Me retiré bruscamente y contesté, airada: trabajando, es la
única manera que sé.
Nunca me volvió a saludar. Nunca volví a mirar a donde él
está.
III
Estudiaba un semestre en el país del norte, becada por la
UV. Mi novio alemán había decidido irse a celebrar el fin de cursos con sus
compañeros a un bar. Yo me fui con las chicas. Al regreso, de madrugada, totalmente
borracho, me reclamaba –la verdad no recuerdo qué- tambaleándose y sin poder
mirarme a los ojos. Yo intentaba desesperadamente entrar al piso donde me
alojaba, de acceso exclusivo para mujeres, para ponerme a salvo, y él no me lo
permitía. Me gritó, me jaloneó, forcejeamos durante minutos que fueron eternos.
Finalmente, me tomó por los hombros y me lanzó contra una puerta de cristal. Reboté
en la puerta con la cabeza.
Un compañero pasaba por ahí y lo detuvo para que yo pudiera
huir.
No recuerdo haber sentido tanto miedo. Estaba sola y era
extranjera; lo único que pensaba era que mi seguridad y mi estancia en el país peligraban.
Pero la agresión no termina ahí.
Me resguardé en mi habitación unos momentos. Llamó por
teléfono incontables veces y buscaba entrar a toda costa. Otro amigo, desde un
edificio cercano, vio mi luz encendida y se preocupó. Acudió a mi rescate,
entrando por la escalera de emergencia. Nos fuimos a su cuarto. Pasamos la madrugada
en vela escuchando sonar ahora su teléfono hasta que mi “novio” consiguió
llegar y tocó a la puerta exigiendo que le abriéramos. No salimos.
De día tuve que irme de la habitación por una ventana porque el hombre hecho
un guiñapo dormía en la puerta de mi amigo, custodiando a la que creía era SU
mujer. Mi amigo tuvo que llevarme a una ciudad cercana, donde yo pasaría un par
de semanas con una familia americana, cuidando que el individuo no me agrediera
de nuevo.
IV
En aquel entonces trabajaba muy cercana un alto funcionario.
Hubo una reunión importante y acudimos a un recinto. Mi jefe me pidió que
estuviera cerca de él y al entrar me cedió el paso y apartó un lugar para mí
junto a él. En la puerta, el anfitrión conversaba con otros compañeros.
Preguntó a uno de ellos, refiriéndose a mí, si la muchacha “prestaba”
o andaba con el jefe. Mi compañero mintió: dijo que andaba con él, que ni se me
acercara. Después me contó y le reclamé, furiosa, que mintiera, que permitiera
algo así, que no lo hubiera mandando al diablo. Me dijo que lo había hecho por
mi bien, que era la única manera de que ya nadie me acosara de nuevo.
Y tristemente, así fue.
V
Tendría yo unos 5 o 6 años y estaba en la entrada de la
Primaria donde mamá impartía clases. Era cerca de la hora de la salida, pero ya
todos los pequeños se habían ido.
Un varón cuyo rostro se quedó pegado en mi memoria, chifló
(como nos chiflaba papá para llamarnos a donde estaba) y volteé naturalmente
hacia él. Ahí estaba el miserable parado a unos 5 metros de mí, desnudo y
cubierto por un saco muy largo, tocándose el pene frente a una nena de tan poca
edad.
Me asusté y corrí al salón donde estaban mis padres y mi
hermano. Papá me llevó en brazos a su taxi, empezó a manejar y me pidió tratar
de reconocer al hombre. No lo encontramos.
Ahora sé que el tipo se masturbaba frente a mí. También sé
que por mi educación (desde siempre nos bañamos con papá y mamá y el asunto de
la vulva y el pene era algo natural) no fue el pene lo que me impresionó, sino
un extraño desnudo cerca de mí. Comprendo que no encontrarlo fue el mejor regalo
que pude recibir: jamás me hubiera recuperado de ver a mi padre descompuesto,
siendo violento, golpeando a alguien.