jueves, 24 de noviembre de 2016

#25N #25NVER2016 #EsViolencia

#25N #25NVER2016 #EsViolencia


El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. En ese marco, les comparto estos cinco relatos (muy tristes y breves) sobre mi experiencia personal con la violencia en distintos ámbitos.

El primero fue después de mis treinta. El segundo antes de llegar a ellos. El tercero cuando todavía era estudiante, cerca de los 20 años. El cuarto de nuevo cerca de los treinta. El quinto cuando era una pequeñita de cinco o seis años.

Quise escribirlos en un afán de hacer visible lo que vivimos cotidianamente las mujeres, de explicar un poco el porqué de esta conmemoración y traer a ustedes la reflexión de que, sin importar cómo, cuándo o dónde, nosotras vivimos agredidas, acosadas, violentadas. Nosotras, sus amigas, sus hermanas, sus compañeras, sus colaboradoras, sus madres, sus hijas.

No es normal, no está bien, no debemos aprender a vivir con ello. Basta ya. Reflexionemos en casa, con los amigos, en solitario, en pareja, sobre este grave problema que es tan común y tan frecuente que lo pasamos por alto, que lo asumimos como normal, que contribuimos –con acción o con omisión- a que continúe.

I

En medio de una ruptura amorosa y muchos reclamos, uno en particular se me quedó pegado en la mente. Después de acusarme injustamente de serle infiel, mi ex dijo que “por mi culpa había caído a lo más bajo que había estado”. “Por mi culpa” revisó los perfiles de redes sociales del tercero en cuestión, “por mi culpa” se metió a ver cada una de sus publicaciones y ahí, entre post y post, encontró la pieza que me incriminaba.
Después me dio las pocas cosas que tenía en su casa en una bolsa de basura y me corrió.

II

Caminaba de noche por un espacio institucional. Estaba oscuro y solitario. Me encontré con un funcionario quien muy solícito me preguntó a dónde iba. Amablemente le contesté que me dirigía al centro de la ciudad. Preguntó dónde había dejado mi auto. Le dije que no tenía y que llegaría caminando. Se me acercó y, mientras deslizaba su mano por mi brazo descubierto, preguntó: ¿y cómo le vamos a hacer para que tengas un coche?
Me retiré bruscamente y contesté, airada: trabajando, es la única manera que sé.
Nunca me volvió a saludar. Nunca volví a mirar a donde él está.

III

Estudiaba un semestre en el país del norte, becada por la UV. Mi novio alemán había decidido irse a celebrar el fin de cursos con sus compañeros a un bar. Yo me fui con las chicas. Al regreso, de madrugada, totalmente borracho, me reclamaba –la verdad no recuerdo qué- tambaleándose y sin poder mirarme a los ojos. Yo intentaba desesperadamente entrar al piso donde me alojaba, de acceso exclusivo para mujeres, para ponerme a salvo, y él no me lo permitía. Me gritó, me jaloneó, forcejeamos durante minutos que fueron eternos. Finalmente, me tomó por los hombros y me lanzó contra una puerta de cristal. Reboté en la puerta con la cabeza.
Un compañero pasaba por ahí y lo detuvo para que yo pudiera huir.
No recuerdo haber sentido tanto miedo. Estaba sola y era extranjera; lo único que pensaba era que mi seguridad y mi estancia en el país peligraban. Pero la agresión no termina ahí.
Me resguardé en mi habitación unos momentos. Llamó por teléfono incontables veces y buscaba entrar a toda costa. Otro amigo, desde un edificio cercano, vio mi luz encendida y se preocupó. Acudió a mi rescate, entrando por la escalera de emergencia. Nos fuimos a su cuarto. Pasamos la madrugada en vela escuchando sonar ahora su teléfono hasta que mi “novio” consiguió llegar y tocó a la puerta exigiendo que le abriéramos.  No salimos.
De día tuve que irme de la habitación por una ventana porque el hombre hecho un guiñapo dormía en la puerta de mi amigo, custodiando a la que creía era SU mujer. Mi amigo tuvo que llevarme a una ciudad cercana, donde yo pasaría un par de semanas con una familia americana, cuidando que el individuo no me agrediera de nuevo.

IV

En aquel entonces trabajaba muy cercana un alto funcionario. Hubo una reunión importante y acudimos a un recinto. Mi jefe me pidió que estuviera cerca de él y al entrar me cedió el paso y apartó un lugar para mí junto a él. En la puerta, el anfitrión conversaba con otros compañeros.
Preguntó a uno de ellos, refiriéndose a mí, si la muchacha “prestaba” o andaba con el jefe. Mi compañero mintió: dijo que andaba con él, que ni se me acercara. Después me contó y le reclamé, furiosa, que mintiera, que permitiera algo así, que no lo hubiera mandando al diablo. Me dijo que lo había hecho por mi bien, que era la única manera de que ya nadie me acosara de nuevo.
Y tristemente, así fue.

V

Tendría yo unos 5 o 6 años y estaba en la entrada de la Primaria donde mamá impartía clases. Era cerca de la hora de la salida, pero ya todos los pequeños se habían ido.
Un varón cuyo rostro se quedó pegado en mi memoria, chifló (como nos chiflaba papá para llamarnos a donde estaba) y volteé naturalmente hacia él. Ahí estaba el miserable parado a unos 5 metros de mí, desnudo y cubierto por un saco muy largo, tocándose el pene frente a una nena de tan poca edad.
Me asusté y corrí al salón donde estaban mis padres y mi hermano. Papá me llevó en brazos a su taxi, empezó a manejar y me pidió tratar de reconocer al hombre. No lo encontramos.

Ahora sé que el tipo se masturbaba frente a mí. También sé que por mi educación (desde siempre nos bañamos con papá y mamá y el asunto de la vulva y el pene era algo natural) no fue el pene lo que me impresionó, sino un extraño desnudo cerca de mí. Comprendo que no encontrarlo fue el mejor regalo que pude recibir: jamás me hubiera recuperado de ver a mi padre descompuesto, siendo violento, golpeando a alguien.