domingo, 27 de marzo de 2016

Boy cut

"Una mujer que se corta el cabello está a punto de cambiar su vida", decía Gabrielle Chanel, una inteligente y ambiciosa diseñadora, considerada una de las mujeres más influyentes del siglo pasado.
Coco Chanel tenía razón. El cabello largo fue durante 34 años de mi vida un símbolo que me conectaba con mi interior, con el amor, con mi femineidad, con mi familia, con el Universo. Las dos veces que me lo corté, fue una tontería o una autoflagelación que sufrí desmedidamente.
Hace años decidí cortarme el cabello, precisamente como un símbolo de terminar con cosas que ya no quería en mi vida. La muerte de mi papá en 2011 y la irremediable conexión de mi cabello con él, a quien tanto le gustaba.
Después, en 2013, vino la muerte de quien yo creía mi gran amor y la necesidad de cortar de tajo el dolor, el desencanto, la desazón. En un par de años, lo que quería cortar era mi absoluta incapacidad para asumir que no debía quedarme donde mi presencia no era apreciada; estaba locamente enamorada entonces de un buen hombre que nunca supo cómo quererme, ni cómo quererse a sí mismo y a quien me aferré de todas las formas posibles.
Durante esos años lo decidí, pero no pude. Y entonces entendí que el asunto se trataba de poner las cosas en orden en su fondo, para después poner orden en la forma.
Me corté medio metro de cabello en vísperas de mi cumpleaños 34, con lágrimas en los ojos. Y hace unos días, por una razón estética, terminé con el asunto en un precioso y mal llamado boy cut.
El cambio está hecho, los duelos completados y las cosas en su lugar. Hacía mucho que no me sentía tan libre  y ligera. Y claro, iré por la calle diciendo que lo que me pesaba era el cabello.