domingo, 29 de marzo de 2015

Domingo de Ramos

Mi padre fue un hombre que nació, vivió y murió pobre. De los bolsillos. La riqueza de su alma era, al menos a lo que hace a mí, desarmadora. Tengo 33 años, hace cuatro que se fue, y las pequeñas cosas con que llenó mi vida, permanecen. Su voz amorosa, sus llamadas sin sentido, sus consejos para manejar o tratar a los demás, su alegría impermeable, su ternura avasalladora...

Cada Domingo de Ramos, mi padre traía a casa palmitas de las que venden fuera de las iglesias -ignoro si las llevaba bendecir o no- y obsequiaba a mi madre con una. Conforme fui creciendo, me gustaba esperar ese día para ver llegar a papá con palmitas.

Para los católicos -nosotros no lo somos- los ramos "no son un talismán o un simple objeto bendito, sino el signo de la participación gozosa en el rito procesional, expresión de la fe de la Iglesia en Cristo, Mesías y Señor, que va hacia la muerte para la salvación de todos los hombres. Por eso, este domingo tiene un doble carácter, de gloria y de sufrimiento..."


Para mí, los ramos, las palmitas, son precisamente eso, un talismán, un objeto que se acumula en mis recuerdos para traerme cada año la amorosa presencia de mi padre, cuando tanta falta me hace, me sigue haciendo, como hoy.

Cada Domingo de Ramos, ahora yo, voy a traer palmitas para mi casa, las llevo sin bendecir, pero son sagradas.

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